Llueve y no escampa
Entre la crítica, la denucia y la queja
Entre los juicios, prejuicios y post juicios que me forman y desforman, acogí la excelencia como aspiración, igual lo hice con la libertad y la equidad. La experiencia de septuagenario también me enseña que está lejos la tan imperfecta humanidad de la perfecta divinidad, que las nobles aspiraciones están lejos de evitar la chapucería y la mediocridad.
Pienso que los humanos, intentamos salvar la brecha entre lo ideal y lo real con la inconformidad y así lo expresamos con la critica, la objeción, la denuncia o la queja. En estos tiempos difíciles en que todas aplican, me resulta prudente la distinción.
Vital resulta la crítica que debe acompañar toda ejecución, con la de contribuir a su calidad y corregir sus deficiencias. Su fundamento suele ser la lógica, la razón y algún parámetro con que medir aspirando objetividad. La autocritica la aplicamos (o no) a nosotros mismos, alternando el razonamiento con afectos y emociones para edificar el amor y la imagen propia.
La objeción es la reacción a las diferencias que suelen mediar entre las gentes y los juicios; para nada debe sorprender su frecuencia y variable intensidad. La gravedad del asunto adelanta la posibilidad de la denuncia, una escalada con potencial legal, político y social. El origen, a mi juicio, está en la queja, esa expresión intima de la inconformidad con el exceso o insuficiencia y el llamado a la acción que radica o no subyacente, ya sea a otros o a nosotros mismos.
Necesarias como son cada una de esas expresiones, no dejan estar exentas de riesgos, tanto por su frecuencia como intensidad, en su cómo, dónde y a quién. Ese fino balance entre demasiado y no suficiente. Tan necesario como resultan el desahogo de los agóbios, la solidaridad en la adversidad y la empatía, toca procurar que no se derroten a si mismas.
No son pocas las veces que he escuchado a ciudadanos de Norte decir que los boricuas nos quejamos mucho. Y yo, educado en escepticismo, me pregunto se tendrá sustancia el argumento. A mi manera de ver, sostenerlo es incurrir en eufemismo. No son quejas ni críticas lo que levantamos (algunos), ni son objeciones: son denuncias. Señalamientos de abusos y atropellos que bien se pueden cuantificar y someter a criterios muy cuantitativos, que se tuercen a conveniencia.
Todo comienza y termina con una condición colonial indigna y una ciudadanía de segunda categoría. De ahí se desprenden los billones de dólares que han sustraído de esta patria con sus leyes de cabotaje, la explotación agrícola e industrialización a conveniencia. Se cuenta en un sistema tributario que favorece la extracción en vez de la acumulación. Se cuenta en los cadáveres y militares abatidos que han regresado de hacer sus guerras. Se cuenta en los millones que han abandonado su tierra por la escases de oportunidad. Se cuenta en la indignación ante el menosprecio con que nos tratan el Congreso y el presidente, particularmente en tiempos de desastres naturales.
Y ahora, cuando la copa esta llena de adversidad, nos nombran un almirante como síndico para supervisar los fondos de reconstrucción, que se añade a la Junta Fiscal y la Corte Federal culminando la anulación de autonomía.
Los políticos en el poder nos juran que llega con función de mediador y enlace, que ha de agilizar las transferencias de fondos para mitigar los destres, retenidos por la corrupción e incompetencia administrativa. ¡Si Pepe! Mire amigo, esto no es una critica ni una objeción, mucho menos una queja. Es otra denuncia de otro atropello, que se añade a las cuentas de un rosario interminable que se lleva acumulando en una historia de 122 años de abusos. Y es un reclamo a la reparación de agravios. Un reclamo a la descolonización como ejercicio vital para una condición indigna y opresiva.
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Copyright por José M. Umpierre. “Lies catching up” por Sergio Hernandez usado con su permiso. Los demas imagenes en el dominio publico.