Burundanga de Zocotroco
En los últimos tiempos he andado absorto en la desesperanza; motivos median cuando se aborda la triste situación de la patria. El único mérito que descubro en el pesaroso desanimo es que me obliga a su negación e impone la urgencia de procurar la ilusión… donde quiera que aparezca. Mucho reparo encuentro en el invierno tropical, que, si de mi dependiese, lo proclamaría como una de las maravillas del universo.
En el olvido queda el agobiante calor y la lentitud que induce; los colores cambian, los días se hacen más cortos y prevalece una temperatura que deleita. Cuando a eso se le añaden las maravillas culinarias de esta época, comienza a disiparse la desesperanza. Y cuando estrena la música de navidad, pues la crisis se hace cuanto menos llevadera.
Buscando esa renovación me allegué el domingo 6 de diciembre al Conservatorio de Música de Puerto Rico para el Concierto de Gala Navideño. De partida confieso que carezco de una educación musical y nada me califica para opinar, que no sea el derecho a la imprudencia de un observador participe de esta cultura. Me gusta ir al Conservatorio; la restauración del antiguo Hogar de Niñas brinda un hermoso espacio que se presta tanto para actividades de exterior como de interior en la cómoda Sala Sanroma donde presentan sus conciertos.
La carencia de una formación musical me lleva a una admiración por los músicos, la disciplina y la dedicación que requiere un instrumento, la pasión que incita y la obsesión que aviva lograr su dominio, no digamos tocar en conjunto y hacer armonía. Los miro y escucho con sana envidia y asombro. Es un deleite presenciar esto en una generación de jóvenes que hicieron vibrar el auditorio con la excelencia de una sonoridad que reviste el futuro de optimismo.
Decir multitudinario es hacer justicia a lo que tuvimos en el escenario. Primero el Coro dirigido puntillosamente por William Rivera Ortiz y acompañado por Víctor Meléndez Dohnert, interpretó un repertorio que hizo valer el alcance de su sonoridad y armonías. Incluyó clásicos de la época con una notable interpretación del Villancico Yaucano por el joven tenor Jerek Fernández Báez.
Luego se habilitó el escenario para que entrase el Concert Jazz Band del Conservatorio, bajo la dirección de Elías Santos Celpa. Y hay que decir Big Band pues fue eso en todo el sentido de la palabra. Una manada de cachorros hacienda vibrar el edificio con el dominio que la música que se escucha en cualquier cotizado escenario de Nueva York. Se destacó la pieza Sir Duke de Stevie Wonder, la que cantó con ponderosa voz Kalinell Sanjurjo, para cerrar luego con un medly navideño.
A la hora y media de concierto faltaban por servir dos platos serios. La Banda del Conservatorio bajo la dirección de Rafael Enrique Irizarry interpretó música de Bernstein (Obertura de Candide) y Shostakovich (Obertura Festiva Op. 96) con un estilo que nunca había escuchado. La Orquesta Sinfónica del Conservatorio dirigida por Roselin Pabón también llenó el auditorio de jóvenes que interpretaron Fantasía on Greenleeeves (Ralph Vaugjn Williams) y Capriccio Espagnol (Korsakov) dejando a la audiencia plenamente complacida.
No hay duda de que fue una puesta en escena sumamente generosa. Tres horas de concierto de sostenida calidad no es empresa fácil y aquí se monto con el rigor de la excelencia. Es un gusto ver un talento joven con tal capacidad y dedicación. Mas dice el Buda que el corazón del hombre nunca esta plenamente satisfecho y media una sombra que me acecha en cuanto al concierto.
Siendo una Gala de Navidad pues me hice una expectativa sencilla: Navidad. Y no es que no la hubo, si estuvo presente; mas no con la prominencia y la exaltación que andaba deseando. Si hay algo que nos destaca en esta época es la música festiva y esa me pareció tímida en el concierto. No hay duda de que fue una entrega hermosa, diligentemente trabajada y ejecutada, pero la exclusión aviva interrogantes.
La música es piedra angular de nuestra identidad; se nutre de la genialidad clásica de todas partes cómo se alimenta de lo propio. En el caso nuestro se nutre de un sistema de Escuelas Libres de Música que encauzan el talento que desemboca en un Conservatorio, ambos de las joyas más preciadas de nuestra cultura. Y si es importante que aspiremos a la alta cultura y que procuremos trascender la repetición; si bienvenida es la diversidad y enriquecedora la heterogeneidad, también toca cuidar la raíz profunda del lelolai que alienta la singularidad de esto Boricua que somos.
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