El Amor en Tiempos del Coronavirus
Suelo pensarme como un optimista empedernido. Nada me divierten las teorías conspiratorias, menos las visiones apocalípticas y catastróficas. Ni la edad avanzada, ni las decepciones que se acumulan han logrado alterar la idea de que lo mejor es posible, sobre todo cuando peor se ponen las cosas. También me gusta aquello de que: cuando la cosa marcha difícil, los difíciles se ponen en marcha. Estoy convencido que las crisis abren ventanas de oportunidad para la inventiva y el espíritu creativo. Pero por favor, denme un break.
La cadena de acontecimientos que se ha desatado en, sobre, dentro y fuera de esta Isla de Encantos nos lleva de mal en peor. Cuando el crecimiento económico que hizo posible el Estado Libre Asociado detuvo su expansión y entró en retroceso, el gobierno comenzó a coger prestado para cuadrar la nómina, sin asegurar los activos con que poder pagarla. Una historia no tan larga que nos trae la bancarrota decretada en 2015 en la declaración del Gobernador de que la deuda pública era impagable.
Lo que ha acontecido de allá a acá no cabe en diez libros de fábula ni en la mejor colección de tragedias. Incluye temas como la supresión de gobierno representativo y la imposición de una junta imperial. Se destaca un capítulo sobre penalización tributaria para que el pueblo afronte la irresponsabilidad fiscal del gobierno. Incluye capítulos ilustres en la privatización del patrimonio, la reducción en servicios de salud y educación pública. Y un drama de por sí, la migración.
Cuando se añaden los huracanes y temblores que nos han azotado en los últimos tiempos y la ineptitud del gobierno para responder, la tragedia comienza a tomar proporción épica. Lo podemos cuantificar en el alarmante número de desaparecidos. Y no hablemos del desdén con que nos tratan el presidente Trump y el aparato del estado, parapetados contra nuestra corrupción para reducirnos aún más al mendigaje. Como si de corrupción estuviesen exentos.
Y entonces, cuando el techo se lo llevó el temporal y las columnas colapsaron con el terremoto, nos llega el coronavirus y la caída de los mercados de valores. Lejos de ser un fenómeno local, la pandemia se extiende a todas partes estremeciendo la economía global. Aquí los errores del estado en el manejo no han sido menos que garrafales y evidentes.
Esto en una isla que depende cerca de una tercera parte de sus ingresos del turismo, particularmente el tráfico de cruceros que ha sido cancelado. El toque de queda y la limitación en la movilidad y acceso sólo a instituciones de servicios básicos es un golpe económico muy serio, y todavía no se ha hecho sentir el impacto de la demanda hospitalaria que se anticipa.
Visto que la mayoría de la oferta de medicamentos que actualmente consume Estado Unidos proviene de la China, el Congreso comienza a ver con mejores ojos restaurar beneficios contributivos similares a lo de la sección 936 para que las farmacéuticas vuelvan a Puerto Rico. Y aquí comienza a sonar como la panacea. Cuando uno se ahoga, se agarra de cualquier cosa que flote.
Me incomoda sobremanera que asuntos tan cruciales como la salud y el bienestar presente y futuro de un pueblo se resuelvan así, con respuestas que salen de la manga. A ver, por qué nos probamos ésto con Puerto Rico. Y así vamos, de parche en parche, de remiendo en remiendo, de improvisación en improvisación. Sin considerar que la calentura no está en la sábana.
El panorama es poco alentador. Obliga a ir bien hondo en el cofre para encontrar esperanza. Esperanza que la ciencia y los conocimientos descubran una cura, ya sea vacuna y tratamiento efectivo.
Somos una isla tropical donde abunda el sol y el viento que nos permiten posibilidades energéticas más que suficientes, si se desarrollan, utilizan y mantienen como dictan los tiempos. Mucho nos toca mejorar nuestra solvencia energética y alimentaria, así como la suficiencia de recursos y la agilidad administrativa para encarar los embates de la naturaleza y los desatinos humanos.
Si bien a los gobiernos les corresponde las mejores medidas para afrontar un asunto de vida o muerte, a los individuos nos corresponde actuar con disciplina y prudencia. Evitar a todo costo ser parte de un problema.
¿Y el amor? Bien gracias, ahora es cuando más se necesita, cuando la urgencia clama por que se manifieste curativo y sanador, desprendido y abundante para contrastar la mezquindad de corruptos, ignorantes y negligentes. Enseña el espíritu de contradicción que si hay tragedia debe haber comedia. La risa es la mejor medicina, pero es triste cuando es la única.
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