Burundanga de Zocotroco
Síndrome de Desquicio
Desde que me inicié en las ciencias sociales tuve fascinación por los síndromes, una colección o conjunto de síntomas que se agrupan para intentar definir una condición o conducta. A mi entender, media una dimensión formal que llevan a cabo los profesionales y académicos que definen dichos síndromes en textos que conllevan estudios de validación. También existe una dimensión menos rigurosa que se maneja como recurso literario u forma de opinión basada en la observación y la lógica.
En esa segunda dimensión hace un tiempo propuse el Síndrome de Obsesión Protagónica, lo padecen aquellos desafortunados que viven creídos que nacieron para mandar y les corresponde el derecho a la última palabra. Es producto de un narcisismo primario y una compulsión que no se cura con los golpes ni las derrotas. No creo sea especifico a ninguna cultura, pero estoy convencido que los hay en todas partes y que en este terruño abundan con descomunal frecuencia.
Más no es la fauna isleña la que esta vez me ocupa, se trata más bien de un tema, un sujeto o un asunto al que he venido evitando por los últimos años porque su prominencia es tal que todo se ha dicho, para que añadir. Sin embargo, aquí me encuentro, motivado finalmente por el encuentro en prensa con el Trump Derranged Syndrome.
Me siento doblemente aludido pues, si alguien cumple con lo requerido por las manifestaciones de Síndrome de Obsesión Protagónica es el expresidente y candidato, con el agravante que el figurar no es su única obsesión, también exagera desmedidamente su valor y miente como si fuese algo natural. Reconozco que padezco del Síndrome de Desquicio Trump, desde que apareció en el panorama político vivo afectado por su ejecutoria.
Durante años no logro salir del asombro de cómo un pichón de fascista como este ha volado tan alto. Como un ser tan vulgar, grosero y atropellarte ha alcanzado la atención, no digo de una nación, del globo, hasta convertirse en presidente norteamericano, con una base de setenta millones que componen su culto inamovible de fanáticos. Desafía mi capacidad de entender como una figura tan burda y divisionista, violador y difamador convicto, con voluminosas multas por mentir sobre el valor de sus propiedades para obtener préstamos y evadir impuestos, promotor de una conspiración sediciosa para revertir las elecciones ha acaparado el protagonismo político norteamericano y por casi una década se traga todo el aire de la habitación.
Al Teflon Don le han tirado con todo; nada parece afectar su imagen y la lealtad de sus magas y magos. Lo vengo siguiendo desde los debates republicanos del 16 en que insultó y se burló de todo el mundo. Imposible pasar por alto el vídeo infame con Billy Cárter en que en nada oculta su vanidad prepotente (if you are a star they let you grab them by the pussy). Un verdadero ejemplo para la juventud.
Los momentos vergonzosos durante su presidencia son demasiados para incluir, más no pueden omitirse su admiración por figuras autoritarias, su reverencia a Vladimir Putin, sus cartas de amor con Kim Yung Un. Igual de memorable resulta la escena en que se abre paso a empujones entre los líderes del mundo; imágenes que retratan la ausencia total del más elemental decoro.
Parte mi asombro es si el cuestionamiento de si se llevo a cabo una sedición cuando sucedió en vivo y en televisión ante los ojos del mundo. Un intento de subvertir la piedra angular de la democracia con un reclamo insustanciado de robo de elecciones fue televisado. Al momento presenciamos el lamento de una persecución política en los tribunales que lo encausan por fraude, apropiarse de documentos secretos y conspirar para alterar los resultados electorales ante lo que se proclama héroe y mártir. No hay duda, el tipo es un fenómeno, un bárbaro de esos que aparecen cada cien años y sirven para convulsionar los cimientos de la moral social y la ética política, si es que eso todavía existen ante el nuevo paradigma de: scandal sells and anything goes.
Lo extraordinario, inexplicable para mi, es que se perfila como contendiente con probabilidades de ganar las próximas elecciones. Respeto la libertad y la diversidad, pero creo también que la ausencia de virtud y lo bajuno sirven para ilustrar las cosas como no deben ser.
El el conteo de mi opinión debería estar preso hace tiempo, pero he aprendido que son pocas las veces en la vida que los deseos se hacen realidad. Me contentaría con menos; terminar con su protagonismo y devolver el oxígeno a la controversia pública. Librarnos de la presencia de este patán del que hace tanto tiempo estoy harto y tanto me gustaría otros asuntos ocuparán el espacio, rendirlo finalmente irrelevante y hacerlo desaparecer. No ha de ser de un día para otro, pero estoy igualmente convencido que algunos sueños se hacen realidad y cuanto me gustaría este fuese uno de ellos. De seguro que hay unos millones por ahí que comparten la esperanza.
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