Suelo abordar mis temas y mis traumas con una idea más o menos clara de a dónde me dirijo y las posiciones que adopto. No así en esta ocasión. Aprovecho el privilegio de la página en blanco para dilucidar un dilema para el que busco conciliación.
La Universidad de Puerto Rico es el proyecto público más importante del país; con 62 mil estudiantes es el productor principal de capital humano, el centro principal de investigaciones en las diversas disciplinas, proveedora de servicios, motor de la economía, la sociedad, creadora de riqueza, generadora de empleos y vehículo de mobilidad.
La UPI para la gran mayoría de los Boricuas (Zocotroco incluido naturalmente) es un asunto íntimo. Mi mamá se jubiló como profesora del educación física del Recinto de Río Piedras, una buena parte de mi crianza se dió en las canchas, fue donde hice campamentos de verano con deportistas como Eugenio Guerra y Pepe Hernández. ¿Cómo habría de saber de niño que las marchas del ROTC frente a las gradas del estadio donde se albergaban las oficinas del Departamento de Educación Física de Señoritas serían luego escenario de tiros y bombas?
Cuento con un grado de la UPR, fui profesor a tiempo parcial en el Recinto de Río Piedras por 4 años y pasé otros 30 que como profesor en el recinto de Ciencias Médicas. En esa mitad de mi vida atravesé rangos y posiciones. Si algún orgullo puedo reclamar, es que siempre fui a servir a la institución y siento un genuino agradecimiento por el privilegio de la libertad de cátedra. En la última etapa de mi carrera tuve la ocasión de participar en gestiones organizativas de facultad. O sea, que soy un zorro viejo que sigue envuelto y comprometido con las causas universitarias.
La UPI siempre ha sido el espacio del país donde se han discutido las ideas de la manera más profunda y apasionada. El escenario donde la nación, representada por la juventud, ha dado sus mejores luchas. Al momento presente, la Universidad vuelve a ser el espacio de confrontación donde se levanta bandera contra los poderes que atentan contra nuestra identidad y nuestro patrimonio.
La Universidad es importante pues constituye la institución en donde se hace más patente las consecuencias del modelo neoliberal, su empuje a la privatización y la degradación de las condiciones de los trabajadores. Desde el 2009 en la Universidad se han perdido 900 plazas debido a la reducción en el presupuesto de 312 millones en salarios y beneficios. Estas plazas ocupadas ahora por personal nuevo bajo contrato y no cuentan con los beneficios de plan médico ni cotizan o aportan al retiro.
La Junta de Control Fiscal, en su afán por pagar a los bonistas, ahora impone otro recorte de 350 millones más y el gobierno le añade 100 para un total de 450 millones a ser recortados en cuatro años. Medidas fiscales de estrangulación que se traducen en 21 millones menos al plan médico, reducción de 15 millones en plazas y 50% el bono de Navidad. También propone la consolidación de 10 recintos en tres, la moratoria de 26 programas, reducir 50% de los contratos y 20% de las posiciones de confianza, a la vez que se aumenta el costo de la matrícula. Si esto no es desmantelar la institución, por favor que alguien me lo explique.
En mi mente ávida de conspiraciones y fantasías, no puede pasar por alto que atravesamos una devaluación de la economía que ronda un 40%, que es exactamente la depreciación a que se nos sometió en 1898 cuando se provocó la quiebra y el saqueo. Y no es poca coincidencia que los poderes federales nos proclamen colonia y nos remitan esta PROMESA.
Nos han devaluado, degradado, reducido a tusa por embrollones y mala paga; la única comunidad que está dando la cara por la vergüenza de un pueblo son los universitarios. Claro que es el momento de que todos seamos universitarios, que todos nos abracemos a la institución en su defensa. La pregunta es, la defendemos mejor abierta o cerrada.
Estoy plenamente consciente de lo académico de mi discurso cuando la suerte está hechada así como de lo desagradable de, a estas alturas, estar atorado en el dilucidamiento. De acuerdo, más igual defiendo el derecho a la disidencia y la necesidad imperiosa y soberana de llevar la contraria. A una edad que llaman avanzada, me mantengo sato y realengo por vocación, anarquista de convicción e intolerante por necesidad. Por lo que me añado al coro de indignada protesta que se gesta en defensa de la institución. En eso mi posición es clara: antes de trasquilar los recursos de la institución, es claro que hace falta una auditoría de la deuda.
La Junta de Control Fiscal creada por la PROMESA es cuña del mismo palo, nada tímida en comunicar su intención de cobrar, imponiendo las medidas de austeridad más austeras que pueda usted pensar. Los portavoces de una filosofía neoliberal que despacha lo público como estéril, ineficiente e improductivo y promueve lo privado como la salvación misma de la hecatombe.
Y ahí está la UPI, luchando por su sobrevivencia. El asunto es: si es mejor abierta que cerrada. La Universidad, síntesis del país, está dividida entre los que la quieren abierta y los que la quieren cerrada. Con el agravante de que ambas estrategias encuentran resonancia.
No tengo la menor duda que la magnitud del agravio amerita la respuesta más enérgica y desafiante. Y si algo sorprende en está agobiante espera que se lee como pasividad o indiferencia. Bien aplica el decir de Victor Sanchez: se nos mean en la cara y juramos es lluvia de oro. No se me ocurre mejor metáfora para describir lo que acontece.
¿Será que yo soy de los empecinados de ver agravios y de los profetas de la fatalidad que auguran que las cosas se van a poner muy mal? ¿Será que la condición colonial y el prejuicio racista han perdido resonancia política? ¿Será que de tanto machacar hemos hecho un callo? ¿Será que a pocos les importa una ciudadanía de segunda categoría, y la carencia de un gobierno democrático? ¿Será que nos hacemos de la vista larga ante el engaño y la mentira, acogidos al “yo no fui” y al “ay bendito”? ¿Será que se vive el ensueño de que los poderes habrán de compadecerse y sacarnos del aprieto? ¿Será que es tan poderosa esa raíz de baile, botella y baraja, que ignora, si no reduce, la adversidad al: “hay que seguir pa’lante, que Dios provee”.
La razón para mantener la Universidad abierta, aunque resulte retrógrado y antagonico es para que lleve a cabo su gestión de educar y encaminar vidas. El mejor argumento lo escuché en la oficina de mi dentista. Me contó de una estudiante de 4to año de odontología, de familiares cubanos para quien estudiar ha sido un verdadero sacrificio Ella está en espera de un programa de estudio, carga con numerosas deudas y frustraciones acumuladas y está a riesgo de perder un año de su vida. En su desesperación, menciono deseos de matar a alguien. Y eso me pareció razón válida para que la institución lleve a cabo su función.
Igual pienso que cerrar la institución es una estrategia peligrosa que puede facilitar su desarticulación. La comunidad está dividida y los poderes bien se pueden sentar en su cinismo y dejar que el cuerpo se desangre. Y no hay que ser muy conspiraciónal para sospechar un plan orquestado, ni es difícil culpar a un puñado de revoltosos, decretar un periodo de moratoria y dejar que los bandos se consuman a sí mismos.
Sobra decir que las medidas propuestas hasta ahora en nada toman en consideración a los universitarios, que son los paganos en este turbio negocio. ¡Vaya vitrina al mundo, vaya modelo de democracia! Y aunque entiendo porque se ha decretado el cierre indefinido y la responsabilidad de decir basta, me gusta la idea de que la Universidad esté abierta, me gusta estar adentro haciendo lo que corresponde, debatiendo hasta la saciedad en ese espacio que llamamos Universidad. Universidad de Puerto Rico.
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Copyright 2017 by José M. Umpierre. Photos of the University of Puerot Rico copyrighted by the author.