La declaración del gobernador de Puerto Rico que la deuda Pública de 72 billones de dolares a la banca de Wall Street es impagable, puso la Isla en el vórtice de un escándalo financiero de la magnitud de Grecia para el Unión Europea. Para los Estados Unidos es un caso sin precedentes en el mercado de bonos muncipales, tanto así que las repercusiones han avivado las esferas legistativa, judicial y ejecutiva, que han salido de su indiferencia a un territorio sin representación.
El Comité de Recursos Naturales de la Cámara de Representantes, a cargo de los territorios que son propiedad de pero no parte de E.U., con tal de atender la situación de impago, primero propuso el H of R 4900 que establecia una Junta de Supervison Fiscal; tras mese de consulta se sometió el H of R 5278. La situación y las medidas le han puesto el nombre a las cosas y destado el avisepero que podría resolver el penoso asunto de la subordinatión política de la Isla.
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Recurro al título de esta columna pues me ayuda a entender el momento crucial que atravesamos. Nunca ha estado nuestra Burundanga en más exagerada expresión y no encuentro otro modo de abordarla que como Zocotroco. El descredito por la deuda pública es tal, que la clase política anda rampante en negación, enarbolando delirios protagónicos que van del absurdo al ridículo, con cara de yo no fui y, aquí no ha pasado nada que yo no pueda arreglar.
Como Zocotroco con frecuencia me cuestiono mi sanidad mental y mi seria dificultad para salir de la incredulidad ante una clase política que no se da por aludida, ni expresa señales de vergüenza ante lo que significa el descalabro fiscal en que se encuentran las finanzas de la Isla. Una clase política que nada se immuta ante la discutida Junta Fiscal que propone el Congreso Norteamericanos, con el cinismo de llamarla PROMESA.
Desde que comenzó este asunto, mi primera reacción fue: ¿para qué una legislatura? ¿para qué unas elecciones? Y llevo meses pensando si no fue otra de mis arranques de la impetuosidad radical que me queda en la edad avanzada. Hoy el Senador Miguel Pereira ha propuesto que, de nombrarse una Junta, los legisladores renuncien. Consuela mi frustración encontrar eco en la primera expresión de dignidad del sector político. Gracias Senador, y si quedarse usted sin oficio, tendrá el respeto y el saber que su denuncia y la de todos los valientes que la acojan, abonan a la crisis constitucional que esto representa y encauza una solución.
Y habrá que repetirlo ad infinitum, la crisis fiscal es el síntoma de la carencia de poderes de una condición colonial. El asunto de ser propiedad, pero no parte de, un territorio no incorporado cuyos asuntos se manejan en un comité. Un asunto que cuenta con el agravante de ser un tema inicial y sostenido por el racismo más primitivo. La gravedad de la crisis que confrontamos ha obligado a omitir los paños tibios; la condición colonial que se han obstinado en negar por décadas los estadolibristas, ahora resulta que es una declaración categórica de todos los sectores del gobierno federal.
La Junta Fiscal Federal habra de desestabilizar la cultura política de este país de una manera sin precedentes, atenta directa y decisivamente en contra de la fórmula del Estado Libre Asociado y obliga la reconsideración de las Naciones Unidas. ¿Qué hace un gobierno que no tiene autoridad sobre su presupuesto? ¿Qué hace un agregado de gente cuando se les arrebata el derecho a representación? Y todo esto pasando en un año electoral, aquí y allá. El pitirre le está colmando la paciencia al águila y estoy convencido que el río no vuelve a estar así de revuelto.
La Junta Fiscal es un tema de absoluta vergüenza y precipita condiciones que no se si son parte explícita o encubierta de su agenda pues se apropiará de los poderes y recursos fundamentales del estado. Con ello desautoriza el principio de gobierno representativo y obliga al sentir patrio al reclamo ineludible de la descolonización.
Bienvenida sería la Junta Fiscal si viniese a terminar con el tribalismo partidista que, más que en un juego de oposición, se ha convertido en uno de colaboración en que ambos están hasta la coronilla con escándalos de corrupción, ineptitud administrativa, cuando no franco delito de codicia y ambición. Un continuismo en que los mismos han aprendido y practican la tapadera en que yo te rasco, tú me rascas, de distintos colores pero con mismos es quemas.
Los desafíos son inmensos: formular y adoptar políticas de desarrollado económico sostenible; igual nos hace falta la sustitución de una clase política que no merece menos que la denuncia más enérgica y la esperanza de que la sustituya otra que no haya aprendido sus malas costumbres. Nos hace falta un sistema de contabilización y transparencia que recompense la honestidad y el trabajo productivo. Nos hacen falta por hacer tantas cosas conducentes a nuestro bienestar colectivo! y si de soñar se trata y si se presenta la oportunidad de reinventarnos, pues hagámoslo sin las taras de viabilidad con que hemos sido educados.
Soñemos con un sistema contributivo justo y razonable, con la capacidad de manejar los recursos para el bienestar sostenido y ahorros para el futuro; un país donde abunda el quehacer y no el desempleo. Soñemos un pais con una economía diversificada y productiva que incorpore efectivamente la evasión, y una obra publica proprcional a lo que genera la economia. Un País con una distribución justa de riqueza en funcion de trabajo digno y bien remunerado, tono con lo que puede y requiere una Isla Caribe de tres y millones y medio de habitantes.
Una Isla que se aproxime a la sustentabilidad alimentaria con una agricultura vigorosa. Una economía que patrocina a sus empresarios y promueve el ingenio de los Boricuas. Una Isla de gente consciente de su ambiente y creativa en el uso de recursos energéticos alternos. Una Isla desbordada en creatividad, con la capacidad de atraer los sectores más diversos de turismo motivado tanto por la belleza natural como por una vida cultural rica en todas sus manifestaciones artísticas, destacando la culinaria. Una Isla sin las amarras de las Leyes de Cabotaje y la capacidad de hacer negocios con el mejor postor, en vez de con el propietario que procura su beneficio.
Si se subscribe uno al código del optimismo: no hay mal que por bien no venga, mucho depende del ingenio y la voluntad de romper con hábitos y temores que nos detienen. Se avecina el momento de sentarnos a la mesa y reclamar el trato que la dignidad impone. Pero para eso, nos toca convocarnos y ponernos de acuerdo. Poca cosa. Tan difícil como inevitable; este tren no pasa dos veces y ya es hora de que se decida, ¿permanente o papelillo?
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Copyright 2016 por José Umpierre. Photo del capital Puertoriqueño copyright por el autor. Foto del Senador Pereira uado por el “fair use” aspecto de la ley de copyright. Todos los demas fotos en el dominio público.