Burundanga de Zocotroco
José M. Umpierre
La Burundanga está que arde. El Gobernador de Puerto Rico, tras declaraciones a la prensa en Nueva York, compareció ante el país vía televisión con el mensaje de que la deuda contraída por el estado ($72 billones) con los bonistas es impagable. En la brevedad de unos minutos que sospecho ha tenido audiencia histórica, el primer ejecutivo mencionó medidas y solicitó una voluntad de pueblo unida. Punto seguido le saltaron analistas y portavoces partidistas a señalar lo insustancial de su mensaje y arrimar argumentos a sus intereses particulares. Muestra de que la unidad es difícil. Pobrecito Puerto Rico, la notoriedad y prominencia que esto nos adjudica no es nada de que presumir, pues nos tilda de embrollones y mala paga.
Con tal de salvar el sentido común y la soberanía del pueblo que somos, toca hacer la distinción; el gobierno (LOS GOBERNADORES ANTERIORES INCLUIDOS) no ha sido digno representante de la sensatez y la prudencia que debe imperar en el pueblo. Hay que estar fuera de ese juicio, ebrio o alucinado para continuar emitiendo deuda con la desestimación total de que existe un futuro. Un descalabro de esta magnitud naturalmente invita a la reflexión, a preguntarnos cómo y porqué hemos llegado a una situación tan deplorable, justo ahora cuando la ideología norteamericana comienza a dar giros alentadores para despojarse de las taras del racismo y el sexismo.
Intentar entender porqué estamos como estamos es interrogante obligada. Para ello recurro a las famosa respuesta de Muñoz Marín cuando se le pregunta: “Don Luis, a que se debe que en Puerto Rico haya tantos carros?” La respuesta lacónica y certera del político poeta: “A que se debe”. Al momento presente, toca ir mas a fondo del porque se debe.
La respuesta me resulta igual de sencilla. Se debe cuando se puede. Pero eso ha dejado de ser cierto y el gobernador acaba de reconoce que se debe más de lo que se puede. Y eso es algo terrible, además de carencia de la mas elemental mesura, también comunica un mensaje de incapacidad, “no se puede” es también señal de impotencia, que nunca es un término simpático.
Entonces resulta lógico preguntar: ¿porqué se pudo?
A pinceladas muy gruesas, podemos decir que la economía de la Isla ha atravesado diferentes estrategias de desarrollo desde la ocupación del 1898: primero fue el monocultivo azucarero, la industrialización en dos etapas de labor intensivo y capital intensivo, la urbanización, y la automovilización que comenzó el ensanchamiento progresivo del crédito, allanó el camino a las tarjetas y ahora las mega tiendas. Modelos y medidas que viabilizan la fuga del capital y contrarrestan la posibilidad del ahorro.
Esto transcurría con la carga sostenida de un desempleo que en las estadísticas oficiales ronda el 15%, un subempleo que se estima en tres veces eso, un ingreso per capita de $17,000 anuales y la mitad de la población en condiciones de pobreza. Abandonada la agricultura, la inversión extrajera en la industria cuentan con beneficios contributivos para extraer capital. Pero vivíamos es paraíso de progreso mejor reflejado en su vorágine consumista.
Antes éramos buena paga, los bonos tenían rango de buena inversión y los bancos se extendían en generosidad. Pero nunca se ha contado con los mecanismos para que la productividad fuese conducente a nuestra capitalización, pues nos resultaba acomodaticio que nuestro futuro estuviese en manos de inversionistas y que las ganancias fuesen a Wall Street. No es lo mismo la abundancia que las vacas flacas… y entonces algo cambió. La crisis de los mercados financieros y las correcciones en el valor de los bonos y acciones, junto a los indicadores de retroceso en la económico de la Isla han conducido a una devaluación de los haberes del país, reducidos ahora a valor de chatarra.
Entre las cosas sabias que me enseñó mi padre, es que no se debe gastar mas de lo que se tiene. Me luce que la lección perdió sentido ante el delirio de la gratificación inmediata, la ilusión de que la luna es de miel y el futuro camino rosado. Grave error.
Tampoco debe pasar por alto que la deuda es una ecuación de dos partes; para que haya acreedores, es necesario tener prestamistas con caudal que dibujan un cuadro de lo posible. Y nos apresuramos sin medida a la imprudencia del aquí y ahora, seducidos por lo glamoroso de las posibilidades, sin ponderar a fondo sus consecuencias. Y aquí estamos, lamentándonos.
La responsabilidad de haber contraído la deuda es del gobierno nuestro. Han sido sus instrumentalidades las que han emitido los bonos y las estrategias de inversión para cuadrar presupuestos, realizar obra y llevarnos a la apariencia de ser un país del primer mundo. Lo que resulta lamentable es que el del Pueblo de Puerto Rico que se alterna cada cuatro años entre lo que es malo y lo que es peor, es el que asume la vergüenza y las consecuencias de estas acciones. La medida mas y menos inmediata de acción es el voto. No creo que la efervescencia social se contente con ello. Las manifestaciones y la censura de la opinión publica hacen eco en todas partes.
Buscando el asunto crucial, nos toca llegar a la causa donde obsesivamente desemboca la Burundanga: el asunto del estatus. Pues yo digo que sí es asunto de estatus; la bancarrota del estado es la bancarrota del Estado Libre Asociado; es la insuficiencia de poderes para manejar nuestros asuntos e intereses lo que nos han traído hasta aquí. Nos gravita en un circulo vicioso de opciones limitadas por ser propiedad de, pero no parte de los Estados Unidos de Norteamérica, junto a las acciones imprudentes de gobernantes, ante los que hemos concedido calladamente o endosados con el voto.
No he dejado de ser optimista y estoy convencido de que las crisis obligan a la creación y que la situación presente conduce a enfrentar nuestra Burundanga con opciones realmente resolutivas.
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Copyright 2015 por José M. Umpierre. Foto de la Casa de Representantes del autor. Todos otros fotos en el domino público.