Sobre la Vejez y la Pandemia
Por más de dos décadas tuve el privilegio de ejercer la catedra de Psicología del Envejecimiento y hoy cuento con suficientes años para contar en los que llaman viejos. La síntesis de mi experiencia es que no le recomiendo el envejecer a nadie. Y protesto acaloradamente porque nadie me hace caso.
Me queda muy claro que la juventud es la parte ascendente de el medio circulo metaforico de la existencia la vejez la curca descendiente descendente. Lo que fue incremento y crecimiento tras la madurez se torna en reducción y retroceso. Se manifiesta en la creciente vulnerabilidad a condiciones de salud, ya sean crónicas y agudas, que inciden con más frecuencia y fatalidad.
Motivo que aviva el temor, en ocasiones pánico, la angustia que provocan las canas y arrugas, sin descartar achaques y condiciones incapacitantes que obliguen a la dependencia. Una dimensión de la realidad ante la cual hacemos esfuerzos descomunales para negar o encubrir, en el mejor de los casos, arrestar o mantener bajo control. Y si fuse la evolución biológica el único determinante, pues bien merece que enganchemos los tenis al fin del segundo asalto pues: ¿quien sobrelleve la pérdida o reducción como esencia?
Nos sirve de aliento que el deterioro no es del todo uniforme y que quedan partes, órganos o pedazos que funcionan bien o mejor que las partes desgastadas. Ayuda también que, además de orgánico somos entes afectivos, con la capacidad para que la risa mitigue el dolor y que propósito encienda el entusiasmo que hace cualquier numero de edad irrelevante. Llegamos con una capacidad inherente de pensar y soñar que existe un futuro mejor, preferiblemente en esta vida.
Para nada puede pasara por alto que la vejez y el envejecimiento son fenómenos sociales, económicos y políticos. Que constituimos un grupo demográfico que ha atravesado cambios dramáticos, al presente victima desproporcional de la pandemia. Cosa que ha llevado a recalibrar su significado. Claro que toca comenzar con el dolor de las pérdidas. La ferocidad del agente ha precipitado un numero alarmante de muertes prematuras, con otras posibilidades a no ser por la letalidad del virus.
En un mundo amenazado y revuelto, se acentúa la disyuntiva de la solidaridad sensible o la opción cínica y nada invisible de señalarla como chivo expiatorio y dar explicaciones eutanásicas.
Se requiere de un disturbio muy pero que muy severo para pensar que esto es obra de Dios o de la naturaleza para corregir sus desequilibrios, o que media una mano invisible que lleva a cabo correcciones periódicas de los excesos. Mucho más para calcular el alivio que esas pérdidas significan para los sistemas de seguridad social. Es un producto de las desvaloraciones de la vejez como fenómeno, el grupo poblacional como causante y cada viejo como objeto de menos precio.
Se ha visto una y otra vez que los momentos cruciales hacen que brote lo mejor y lo peor de este genero. Eso que se manifiesta cuando damos la mano, particularmente a los más vulnerables. El momento es crucial, el asunto es de vida o muerte. Urge procurar la solidaridad y la compasión. A todos nos toca y todos estamos en el camino, por lo que toca peguntar: ¿como queremos que sea esa última etapa?
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